Una dictadura es chunga.
Una dictadura militar homicida es aún más chunga.
Una dictadura militar homicida que cambia la capital del país de sitio para no tener que preocuparse por problemas menores como, uh, gente en la calle, es algo terrible.
Pero una dictadura militar homicida que decide cambiar la capital de sitio a las 11:11 del 11 de noviembre porque los auspicios astrológicos así lo indican es algo que entra en la categoría de delirio horrible: pesadillas vivientes.
Ésto es Birmania.
El terremoto en China ha servido para desviar la atención de la siempre fugaz opinión pública internacional de los efectos del ciclón Nargis en Birmania. Y mal, porque los informes que llegan de allí son concluyentes: desde que en 1972 los Somoza aprovechasen el terremoto de Managua para robar la mayor parte de la ayuda (incluyendo el plasma sangüineo que mandó Israel) y venderla, jamás se ha visto una crisis humana peor gestionada por parte de un gobierno.
Gobernada por los militares desde 1962 y cuya actual junta militar tuvo hasta 1997 el simpático nombre de Consejo para la Restauración de la Ley y el Orden del Estado (excusa para pegar tiros donde las haya y número dos de mi lista de Nombres de Instituciones Chungas tras el saudí Comité para la Preservación de la Virtud y Prevención del Vicio) Birmania ha estado gobernada durante los últimos años por una caterva de semovientes uniformados con mala leche y tendencia a la obesidad mórbida, con una pasión desmedida por la astrología y por el budismo tradicional (lo que no les impidió mandar disparar a los monjes el año pasado) que sólo tienen un objetivo en la vida: llevarse lo que puedan mientras aguantan el sillón.
La cleptocracia birmana es entusiásticamente tolerada por China, que equipa la mano dura de los militares cumpliendo un doble objetivo: proteger una frontera potencialmente peligrosa y arramblar con los recursos naturales que pueda. De ahí la inoperancia de la ONU, bloqueada por el veto chino en el Consejo de Seguridad.
Pero aún con el incondicional apoyo pequinés el gobierno birmano tiene la paranoia subida y considera que todos los narizotas que pretenden evitar que su población muera de inanición, cólera o ahogados en las barrosas aguas del Irrawaddy son agentes enemigos que pretenden debilitar al régimen. Y que encima querrán evitar que los militares, la espina dorsal del país, se queden con comida o materiales que no hay por qué dar a familias de arroceros del Delta que iban a morir de todas formas.
Es la segunda vez en dos años que Myanmar nos llama la atención por las catástrofes que en ella ocurren y la descarada ineptitud, cuándo no crueldad, de su gobierno. Más nos vale darnos cuenta y no volver a dejar que la situación allí desaparezca de las noticias.
Porque éstas noticias desaparecen.
Seguiremos informando.
Una dictadura militar homicida es aún más chunga.
Una dictadura militar homicida que cambia la capital del país de sitio para no tener que preocuparse por problemas menores como, uh, gente en la calle, es algo terrible.
Pero una dictadura militar homicida que decide cambiar la capital de sitio a las 11:11 del 11 de noviembre porque los auspicios astrológicos así lo indican es algo que entra en la categoría de delirio horrible: pesadillas vivientes.
Ésto es Birmania.
El terremoto en China ha servido para desviar la atención de la siempre fugaz opinión pública internacional de los efectos del ciclón Nargis en Birmania. Y mal, porque los informes que llegan de allí son concluyentes: desde que en 1972 los Somoza aprovechasen el terremoto de Managua para robar la mayor parte de la ayuda (incluyendo el plasma sangüineo que mandó Israel) y venderla, jamás se ha visto una crisis humana peor gestionada por parte de un gobierno.
Gobernada por los militares desde 1962 y cuya actual junta militar tuvo hasta 1997 el simpático nombre de Consejo para la Restauración de la Ley y el Orden del Estado (excusa para pegar tiros donde las haya y número dos de mi lista de Nombres de Instituciones Chungas tras el saudí Comité para la Preservación de la Virtud y Prevención del Vicio) Birmania ha estado gobernada durante los últimos años por una caterva de semovientes uniformados con mala leche y tendencia a la obesidad mórbida, con una pasión desmedida por la astrología y por el budismo tradicional (lo que no les impidió mandar disparar a los monjes el año pasado) que sólo tienen un objetivo en la vida: llevarse lo que puedan mientras aguantan el sillón.
La cleptocracia birmana es entusiásticamente tolerada por China, que equipa la mano dura de los militares cumpliendo un doble objetivo: proteger una frontera potencialmente peligrosa y arramblar con los recursos naturales que pueda. De ahí la inoperancia de la ONU, bloqueada por el veto chino en el Consejo de Seguridad.
Pero aún con el incondicional apoyo pequinés el gobierno birmano tiene la paranoia subida y considera que todos los narizotas que pretenden evitar que su población muera de inanición, cólera o ahogados en las barrosas aguas del Irrawaddy son agentes enemigos que pretenden debilitar al régimen. Y que encima querrán evitar que los militares, la espina dorsal del país, se queden con comida o materiales que no hay por qué dar a familias de arroceros del Delta que iban a morir de todas formas.
Es la segunda vez en dos años que Myanmar nos llama la atención por las catástrofes que en ella ocurren y la descarada ineptitud, cuándo no crueldad, de su gobierno. Más nos vale darnos cuenta y no volver a dejar que la situación allí desaparezca de las noticias.
Porque éstas noticias desaparecen.
Seguiremos informando.
1 comentario:
Queridos míos:
Deseo agradecer una vez más a maese Thiago que nos tenga informados, puntual y críticamente, de lo que ocurre en nuestro malquerido mundo.
Aunque el término que has acuñado me ha sorprendido y hecho gracia, la situación que describes se adecúa perfectamente a la vieja categoría de papá Aristóteles: el gobierno de unos pocos en beneficio propio: PLUTOCRACIA. Lo considero más adecuado por tener un matiz menos psicologista que el que ofreces.
En fin...
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