Me he pasado el último fin de semana echando una mano a una divertida y esforzada muchachada en el montaje de una adaptación de Una noche en la Ópera, la peli de los Hermanos Marx. Ha sido, en todos los sentidos, una experiencia fantástica: he conocido a un montón de gente estupenda y he acabado físicamente, moralmente, diplomáticamente destruido.
Pero ahora que ya estoy mejor (quicir) vuelvo a lo mío, es decir, llevar éste su blog que, como bien reza en su subtítulo, es un elogio de la cultura inútil. Siempre he dicho que el genio de los hermanos Marx en general y de Groucho en particular es el de ser pasmosamente contemporáneos. En
Una noche en la Ópera eso queda abiertamente en evidencia: mientras que el humor de Groucho podría ser de hoy mismo, en el momento que desaparecen los Marx de pantalla y entran los números musicales, o la historia de amor, de repente vuelve a ser 1935.
Obviamente el humor de los Marx - como todo el humor de la época, se entiende - está puntillado de referencias contemporáneas. El doblaje al castellano de la película - que, al igual que el de las películas de los Monty Python, ya está tan engranado en mi memoria cultural que lo prefiero a la versión original - se come con patatas la mayoría de éstas referencias, adaptando, mal que bien, las demás.
Pero hay una referencia que no se toca y, que, por lo tanto, se convierte en el chiste más oscuro de la película. En la escena de los contratos ("La parte contratante de la primera parte...") se produce
el siguiente intercambio:
Groucho: Son sólo duplicados.
Chico: Duplicados.
Groucho: Sí, duplicados.
Chico: Ajá. (Breve silencio.)
Groucho: ¿No sabe lo que son duplicados?
Chico: Sí, los cinco gemelos del Canadá.
Al menos en éste caso, el traductor tiene alguna idea sobre lo que los personajes están hablando. En la edición que tengo en casa de
El sueño eterno, de Raymond Chandler, la descripción del despacho de Philip Marlowe hace referencia "a un calendario de los hermanos Quin yaciendo sobre un fondo azul cielo". Ésto demuestra no sólo que el traductor es un gañán y
no se molestó en investigar, sino también que aun en 1939, cuándo alguien hablaba de "
the Quins" (las quintillizas) no hacía falta poner el apellido porque todo el mundo sabía de quién se estaba hablando.
Hoy en día ésta referencia está más que sobradamente olvidada, pero, como mis lectores más habituales sabrán, es una execrable afición de éste su corresponsal el desenterrar historietas de las que nadie se acuerda y que a nadie le importan (y si no me creen, lean el resto de éste blog) eso es precisamente lo que voy a hacer. Y como verán, sigue siendo una historia oscura, aunque está lejos de ser un chiste.
Yvonne, Annette, Cécile, Émilie y Marie Dionne nacieron prematuras a finales de mayo de 1934 en Corbeil, un pueblecito al norte de Ontario. Ésta era - y aún es, hoy en día - una región recientemente colonizada (el mismo pueblo de Corbeil había sido fundado hacía menos de cuarenta años) relativamente atrasada y poco poblada, dedicada mayoritariamente a la explotación maderera y a la minería.
Si ya es duro nacer prematuro, imagínense nacer prematuro en una casita de madera que está (bajo todos los puntos de vista) donde Cristo perdió los bongos. Las niñas pasaron su primera semana en cestas de lavandería, frente al horno abierto y encendido y rodeadas de botellas de agua tibia. Contra todo pronóstico, las niñas sobrevivieron. Y es ahí donde empezaron sus problemas.
Recordemos que la Gran Depresión fue el detonante de la edad de oro del cine de entretenimiento puro. El cine era una forma barata para olvidarse de los problemas durante un par de horas, y la industria en Hollywood explotaba para convertirse en el mito que es hoy. Los espectadores querían luz, música, belleza y fantasía: las pantallas se llenaron de musicales, comedias, animales domesticados...y niños prodigio.
Ese mismo año de 1934 una niña de seis años, Shirley Temple, recibía de la entonces Fox Films un salario de 1.250 dólares a la semana, cuándo un médico ganaba aproximadamente 3.500 dólares
al año. La inmensa publicidad que el nacimiento de las cinco niñas desató dejó claro al padre de las niñas, Oliva Dionne, que tenía una mina de oro en casa, mina a la que se dispuso a tomar partido de forma inmediata: con la ayuda de empresarios estadounidenses, se dispuso a llevar a las niñas en una
tournée triunfal por Norteamérica, lo cuál indignó a la opinión pública local.
Entra en escena el gobierno provincial de Ontario. En Toronto también se habían dado cuenta de que las quintillizas iban a dar muchísimo dinero; naturalmente, entraron en pánico ante la posibilidad de que los Dionne abandonasen el fin del mundo en el que vivían para mudarse a los Estados Unidos, privando a la provincia de una potencial fuente de ingresos.
Así que, aprovechando el ultraje popular por la propuesta gira de las Dionne, y dentro de la típica sensibilidad administrativa de los años 30, literalmente nacionalizaron a las niñas: a través de la Ley de Tutela de las Quintillizas Dionne de 1935, la tutela legal de las niñas pasó de su padre al gobierno provincial, primero por dos años, luego - una vez comprobada su rentabilidad - hasta su 18º cumpleaños.
Pero había un problema: si el gobierno de Ontario había retirado oficialmente la tutela a los Dionne para librar a las niñas de la explotación comercial, ¿qué podría hacer el gobierno de Ontario para explotarlas comercialmente?
La excusa fue la tradicional de los años 30: en nombre de la ciencia. Se puso a las niñas bajo la custodia directa del médico de Corbeil, el doctor Allan Roy Dafoe, quién inmediatamente puso a las niñas en cuarentena. Se construyó un complejo residencia-hospital en North Bay, a una decena de kilómetros de Corbeil, que incluía una galería acristalada (con espejos por dentro) que permitía a los visitantes ver a las niñas cuándo las enfermeras les sacaban a jugar: en la práctica, un zoo humano. Las niñas no podían prácticamente salir, salvo cuándo autorizadas por el gobierno de Ontario; se las sometía a pruebas de estatura, peso y crecimiento óseo casi constantes.
Y, conforme el gobierno de Ontario esperaba, dieron muchísimo dinero. La residencia-zoo se convirtió en la atracción turística más visitada de Ontario durante varios años (les recuerdo que en Ontario están las Cataratas del Niágara), visitada por tres millones de personas: muchos de los visitantes volverían a la región del lago Nispissing, convirtiéndolo en la zona de veraneo que es hoy. Las niñas aparecieron en cuatro películas (ninguna de ellas fue demasiado popular) y en infinidad de anuncios. El cálculo fue que las quintillizas aportaron un total de 51 millones de dólares (estamos hablando de cuándo los dólares eran piezas gordas de plata) a la industria turística de Ontario.
Mientras tanto, Oliva Dionne luchaba por recuperar la custodia de sus hijas. Tras el internamiento de las quintillizas, había montado una tienda de souvenirs-parque temático justo frente al zoo-hospital, donde vendía carteles, tazas, platos y toda la parafernalia al uso. (Llegó a vender piedras de su granja por cincuenta centavos: se promocionaban como buenas para la fertilidad.) Con la prosperidad económica adquirida los Dionne ya se podían plantear el mantener a toda la familia - llegarían a ser trece los hijos.
El clamor por la devolución de las Dionne a sus padres fue creciendo y englobándose en la pugna fundacional canadiense entre anglófonos y francófonos. Al fin y al cabo, las niñas habían nacido en una familia francófona y devotamente católica, y "capturadas" por un gobierno anglófono y "antifrancés". No ayudó el hecho de que, con la entrada de Canadá en la II Guerra Mundial, en 1939, las quintillizas fuesen utilizadas intensivamente por el aparato propagandístico, que insistía en que Canadá estaba metido en la guerra en ayuda a la Madre Patria, Inglaterra (cosa que a los francófonos más militantes, por decirlo suavemente, le resultaba vagamente molesta)
Finalmente, en noviembre de 1943 - cuándo el gobierno canadiense se esforzaba dolorosamente en atraer a los francófonos a las Fuerzas Armadas - el gobierno de Ontario devolvió a las niñas a la custodia de sus padres. Y el cambio no las hizo demasiado bien: aunque vivían ahora en una gran casa - con el dinero de ellas - Oliva Dionne se había convertido en un hombre cansado, resentido y violento, que abusaba de las niñas en más de un sentido. Y, obviamente, su explotación comercial no cesó.
Cuándo cumplieron los dieciocho años, las quintillizas se marcharon de casa. Émilie se hizo monja y murió dos años después, en el convento: en un ataque epiléptico, cayó de bruces sobre una almohada: sin poder moverse, se ahogó. Las otras cuatro hermanas intentaron llevar una vida normal, aunque nunca vieron un dólar del dinero que tanta gente obtuvo de ellas.
En 1998, el gobierno de Ontario llegó finalmente a un acuerdo con las tres hermanas supervivientes, que, empobrecidas y con cada vez más ataques epilépticos, vivían juntas a las afueras de Montreal. Cuatro millones de dólares canadienses (unos 3.200.000 euros) por lo que, en aquella época, parecía hasta gracioso.
Seguiremos informando.