lunes, 5 de noviembre de 2007

Bajarse al moro

Fascina el hecho de que algunos prohombres de España opinen que, aunque Gibraltar haya estado en manos británicas durante los últimos 304 años, sigue siendo parte inalienable de nuestro territorio nacional, mientras que el hecho de que Ceuta y Melilla formen parte de nuestra gran nación desde hace 510 años las convierte en tan españolas como Toledo o Burgos.

Pero éstas pequeñas paradojas no son el objetivo de éste artículo. Todas éstas parideiras sobre Ceuta y Melilla, impulsadas de forma entusiasta por el gobierno marroquí, son un intento de recuperar un poco el orgullo patrio y la fidelidad institucional hacia un rey y un gobierno que lleva diez años prometiendo reformas que no se producen, más que nada porque el pueblo marroquí es perfectamente consciente que en Rabat se piensa que ésto de la democracia está muy bien, siempre y cuándo no coarte el sagrado derecho del Rey y Comendador de los Creyentes de hacer lo que le salga de los huevos, derecho que ejerce muy a menudo. Y, claro, no es una perspectiva demasiado alentadora para cualquier demócrata.

Marruecos es un país sin objetivos. Las personas más capaces del país sueñan con usar sus conocimientos para salir por piernas. Y los que quedan son los más ignorantes y atrasados, carne de populismos de toda clase.

Ceuta y Melilla, por otra parte, se enfrentan a un desafío cada vez mayor: una población musulmana de nacionalidad española, que por simple aritmética demográfica avanza a pasos cada vez más agigantados hacia convertirse en la mayoría de la población en ambas ciudades. Son gente que vive hacinada en guetos como Benzú y Príncipe Alfonso, donde ni la Guardia Civil se atreve a entrar; gente que posiblemente no vaya a sacudir banderas y gritar "vivaspaña". Su integración política y social es un hecho inevitable que crea obvias tensiones en un mundo donde la extrema derecha tiene un peso importante y donde el GIL llegó a ganar las elecciones.

Pero ojo, que los ceutíes y melillenses musulmanes no se sientan aceptados por la sociedad española no les convierte en quintacolumnistas del Reino de Marruecos. Aunque, dentro de nuestra habitual de sensibilidad cultural, para el español medio todo ciudadano de allende el Estrecho reciba la sencilla etiqueta de "moro", hay que recordar que históricamente existe una tensión racial importantísima dentro de Marruecos.

Para entenderla hay que recordar la historia: en el siglo VII de nuestra era, montados sobre la combinación de Islam y testarudez beduina, los árabes salieron de su península y se expandieron por todo el Norte de África. Cuándo llegaron al actual Marruecos, no lo encontraron despoblado; en él vivían los bereberes, de cultura y religión muy distinta.

Desde entonces, existe una tensión racial muy importante entre las élites de origen árabe, que hablan y entienden el árabe clásico y el francés, y una población bereber, localizada sobre todo en el Norte, de habla amazigh. Ésta población se siente tanto o más discriminada por los árabes de la Gran Llanura que por los españoles, y ante ésta situación, pesan más las ventajas económicas de nuestro país.

Si al final la visita se resume a salir por la ciudad española, saludar y luego inaugurar un polideportivo o algo, sinceramente, mucho ruido y pocas nueces. Si realmente la monarquía española sirve para algo, si en serio quisiera tener un propósito de integración nacional, debería ir a hablar con esos españoles más morenos, en esos barrios sin agua corriente, para mostrarles que, en efecto, el país donde viven es España y España es la que les sacará del hoyo.

Pero sé que estoy hablando solo.

Seguiremos informando.




1 comentario:

la reina del hielo dijo...

Hombre, Gibraltar legalmente es español, otra cosa es que los ingleses hicieran el juego de las sillas y nos quedásemos fuera, pero Gibraltar sigue en la lista de territorios espefiales de la ONU. Pero sí, Ceuta y Melilla no son Toledo (menuda risa). Estas cosas del colonialismo es lo que tienen, que si lo sacas a relucir es como otras muchas cosas: apartan la atención de lo importante, que es lo que mola.