Me pregunta el Maestro por qué creo que España avanza hacia el federalismo, y como siempre es un placer para mí hablar de cosas de las que creo saber, y, por otra parte, al Maestro no le puedo negar mis opiniones intelectualoides, aquí va un artículo sobre el tema. Eso sí, prepárense para parrafadas juridicosas propias del politólogo que soy (ejem)
Como bien saben los que leen éste blog a menudo, tengo la suerte (o la desgracia) de, al no tener un patriotismo imbricado desde el nacimiento (y si lo tengo, lo llevo bastante moderado), trato los temas relativos a la composición territorial de España sin caer en el alarmismo hipersensibilizado que se suele encontrar cuándo se tratan éstos asuntos.
La Constitución española no prevé una forma de estado federal: considera que "ciertas" regiones pueden tener "cierta" autonomía, con los límites previstos por los artículos 148 y 149. Como sabemos, la evolución de los acontecimientos desde 1978 ha hecho que todas las regiones españolas hayan adquirido un grado de autonomía bastante amplio.
Pero el detalle está en el artículo 149.3: lo que no corresponde al Estado por el artículo 149.1 corresponde a las autonomías, en tanto en cuánto así conste en los Estatutos de cada comunidad autónoma. En consecuencia, las posibilidades de ampliar las competencias de una autonomía dentro del marco constitucional son sumamente generosas. Y, en consecuencia, todas las autonomías (y no sólo las gobernadas por nacionalistas) han ampliado enormemente sus competencias.
En mi opinión, el armazón que se ha montado sobre el título octavo de la Constitución es muy grande para unas bases tan poco sólidas: tenemos una cuasi-federación montada sobre una constitución no-federal. Ésto ya es motivo de peloteras varias; imaginémonos que se complica aún más. Podemos tener disputas entre el Gobierno central y las autonomías que impidan el funcionamiento normal de la Administración, generen desigualdades manifiestas entre los españoles y, peor, que bloqueen el Tribunal Constitucional durante años y años.
Uno puede preferir o no el federalismo. Uno puede adoptar una postura jacobina tipo de Gaulle y considerar que la única diversidad territorial del país se refleja en sus numerosas variedades de queso. Pero lo que hay que reconocer es que, ahora mismo, con nuestro sistema político y de partidos, la única solución posible a largo plazo para evitar la arteriosclerosis del sistema es una constitución federal.
Seguiremos informando.
Como bien saben los que leen éste blog a menudo, tengo la suerte (o la desgracia) de, al no tener un patriotismo imbricado desde el nacimiento (y si lo tengo, lo llevo bastante moderado), trato los temas relativos a la composición territorial de España sin caer en el alarmismo hipersensibilizado que se suele encontrar cuándo se tratan éstos asuntos.
La Constitución española no prevé una forma de estado federal: considera que "ciertas" regiones pueden tener "cierta" autonomía, con los límites previstos por los artículos 148 y 149. Como sabemos, la evolución de los acontecimientos desde 1978 ha hecho que todas las regiones españolas hayan adquirido un grado de autonomía bastante amplio.
Pero el detalle está en el artículo 149.3: lo que no corresponde al Estado por el artículo 149.1 corresponde a las autonomías, en tanto en cuánto así conste en los Estatutos de cada comunidad autónoma. En consecuencia, las posibilidades de ampliar las competencias de una autonomía dentro del marco constitucional son sumamente generosas. Y, en consecuencia, todas las autonomías (y no sólo las gobernadas por nacionalistas) han ampliado enormemente sus competencias.
En mi opinión, el armazón que se ha montado sobre el título octavo de la Constitución es muy grande para unas bases tan poco sólidas: tenemos una cuasi-federación montada sobre una constitución no-federal. Ésto ya es motivo de peloteras varias; imaginémonos que se complica aún más. Podemos tener disputas entre el Gobierno central y las autonomías que impidan el funcionamiento normal de la Administración, generen desigualdades manifiestas entre los españoles y, peor, que bloqueen el Tribunal Constitucional durante años y años.
Uno puede preferir o no el federalismo. Uno puede adoptar una postura jacobina tipo de Gaulle y considerar que la única diversidad territorial del país se refleja en sus numerosas variedades de queso. Pero lo que hay que reconocer es que, ahora mismo, con nuestro sistema político y de partidos, la única solución posible a largo plazo para evitar la arteriosclerosis del sistema es una constitución federal.
Seguiremos informando.
3 comentarios:
O mejor...acabemos con la Constitución y un problema menos. Como con le insigne Fernando VII. ¡Aisss!... qué tiempos aquellos en los que había principios de verdad.
Gracias por ilustrarnos, Thiaguete del amor.
En fin...
Bromas aparte, tenía la ilusión de que te extendieras más...
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