Ésta mañana la lectura del periódico me ha dejado medio tieso. Es viernes y no hay ninguna noticia así buena a la que le pueda sacar punta. Eso sí, si han leído mi artículo anterior: ¿alguno de ustedes ha visto a la anciana ésta de la ley divina por televisión? ¿Se expresa tal como (más o menos) profeticé? Ansío por sus respuestas.
Pues, como ya decía, hoy es viernes y uno quiere hablar de temas más ligeritos. Mis lectores y amigos fieles saben que puedo llegar a ser cargante con cualquier cosa, así que intentaré ser lo más ameno posible.
Hasta hace relativamente poco, la opinión del francés medio acerca de los quebequenses era la de que Voltaire había expresado en el Cándido: "quelques arpents de neige", unas cuantas varas de nieve. Era una especie de lugar palurdo donde la gente hablaba raro, nevaba diez meses al año y no había ni vida cultural ni nada que se le pareciera. Y si la hubiera, no podría compararse con la francesa.
Pero como Fargo nos enseñó, ser palurdo de vez en cuándo mola. (Si no la han visto (maaaal)véanla en versión original). Y poco a poco, empezó a correr el rumor de gente que había ido a Montreal y no lo había pasado mal del todo, que aunque la cerveza era una mierda salía tirada de precio, y a pesar de que seguía haciendo un frío del carajo y la gente seguía hablando raro ("normando borracho" es la definición más próxima) la vida nocturna era muy buena y se podía vivir bien gastando relativamente poco dinero, al menos para los estándares franceses.
Llegó el euro en billetes y monedas, la cotización de la moneda única respecto al dólar canadiense empezó a aumentar y a aumentar, y poco a poco, cada vez más universitarios franceses marchaban a Quebec a pasar un año. Y volvían diciendo que sí, que la vida nocturna era muy buena, que aunque las cervezas embotelladas tipo Molson o Labatt eran efectivamente pis amargo había cervezas locales que estaban bastante bien, que había teatros, conciertos y que eran más baratos que en París. Quebec, de repente, se había puesto de moda.
Y entonces apareció la Mula.
Y entre los círculos perroflautas de las capitales francesas empezaron a oírse canciones en un acento raro, que sonaban como una mezcla entre un cantautor político y el Combo Musical de los Apalaches de Pa Johnston. Habían llegado los Cowboys Fringants.
Es una introducción muy larga para uno de mis grupos favoritos, pero qué demonios, soy así de complicado hablando y ya saben que tengo el gusto musical en los pies. Manden a la mierda a los Arcade Fire, amigos, los Cowboys are the real thing.
Éstos tarados (deben ser unos doce o así) hacen música que no puedo definir sino como heavy-folk. Mi favorita (y que constaba en mi celebrada lista de mis cinco peores canciones favoritas) sigue siendo Camping Sainte-Germaine, una descacharrante historia de dos lumpen-quebequenses que se van de luna de miel al camping epónimo. Eso acaba destruyendo el matrimonio, dado que el novio dedica más tiempo a las diferentes actividades lúdicas del entorno (escopetas de feria, torneos de petanca, beber cerveza) que a su joven esposa.
Otros temas, cuyos videoclips pueden encontrar en el YouTube, como Les etoiles filantes, Mon chum Remi o Plus Rien, son más educados.
Y eso sí, en directo son la leche. De ahí que hayan llenado locales (para su sorpresa) en casi todas las ciudades francesas a las que han ido.
Y bueno, sí, es neo-palurdismo. Pero a mí me mola.
Seguiremos informando.