miércoles, 5 de marzo de 2008

Ciudadanía

Cuándo yo estaba en el instituto, detestaba la clase de Educación Física. Aunque he sido más delgado (véase a mis quince años) nunca he sido demasiado atlético, y mi coordinación motora nunca ha sido la mejor del mundo que digamos; en definitiva, que suspendía Gimnasia desde preescolar.

Y dado que con quince años ya era tan repelente niño Vicente como soy ahora (quizás más), me preguntaba qué sentido tenía medir mis capacidades atléticas para demostrar que era un tipo inteligente. ¿Por qué correr? ¿Por qué hacer payasadas con el plinton? Todo aquello me parecía contrario a la lógica. Contrario a la razón. Contrario a mi ética personal.

Y es por eso que me pregunto si ahora el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía me hubiera eximido de hacer clase de Educación Física por ese motivo, de la misma manera que ha eximido a un muchacho de Bollullos par del Condado (sí, ¡existe!) de ir a clase de Educación para la Ciudadanía.

Está claro que la presión conjunta del bigotismo y del colegio español de carcardenales (ahora reforzado por la toma de poder de Rocco Varela) va a acabar llevando a la Educación por la Ciudadanía al Constitucional, como si ésta muchachada de la calle Doménico Scarlatti ya no tuviera cosas suficientes que hacer.

La Educación para la Ciudadanía es algo que existe en casi todos los currículos académicos del mundo civilizado. Y su objetivo es, ni más ni menos, enseñar a los niños cuáles son los valores fundamentales de nuestra sociedad, que son los valores que quedan reflejados en la Constitución: libertad personal, democracia y estado de derecho.

Los Foros de la Familia y adláteres consideran que unos valores tan amplios como los reflejados en nuestra Carta Magna (donde tenemos que caber todos, no lo olviden) son perjudiciales para sus tiernos retoños; y exigen que los educadores se limiten a enseñar matemáticas y ciencias e ignoren su responsabilidad de enseñar a los niños en qué mundo viven y como deben comportarse en él. Según éstos prohombres de la fe, los niños deben ser apartados de los vicios del mundo; corresponde a los padres (y, suponemos, a los sacerdotes) recordarles que in haec lacrimarum valle hay pecadores, negros, maricas, pobres, en fin, gente de la que los españoles de bien debe mantenerse alejada.

En fin: lo que el TSJA acaba de decir es que la libertad religiosa ampara el derecho de unos padres de mantener a sus hijos en la ignorancia y en la estrechez de miras. Gloria a Dios, aleluya.

Seguiremos informando.

4 comentarios:

la reina del hielo dijo...

jopetas, deberíamos haber hecho plataforma conjunta para librarnos de la clase de educación física. y digo yo: antes no había clase de ética en los coles y no pasaba nada?

Anónimo dijo...

Nadie sabe lo que supone saltar el potro con peluca, enaguas y corsé. Me he pasado la infancia y adolescencia fingiendo desmayos, menstruaciones monstruosas, lipotimias, tirones, esguinces... con lo fácil que hubiese sido declararse objetor de conciencia.

"Mire usted señor juez:
Yo objeto practicar la educación física obligatoria porque el estado no me puede obligar a renunciar al glamour. Es responsabilidad del maromo que me tiro el haceme sudar y jadear, no del colegio ni del gobierno. Renuncio a que dictaminen, aunque sea de forma temporal, que tenga que vestirme con ropa indecorosa que atenta contra mi dignidad y decencia. Nadie puede obligarme a ponerme un chundal. Nadie."
Ósculos con lágrimas en los ojos a todos.

Anónimo dijo...

y, en la misma línea...

- ... no quiero que mi hijo sea adoctrinado en la ideología cosificadora, cerrada e instrumental del logos, así que voy a hacerle objetar de Matemáticas;

- ... y no voy a permitir que se identifique con ninguna tradición ni pierda la fe en la sacrosanta indeterminación de su libre albedrío, así que le haré objetar de Historia;

- ... y detesto pensar que puedan ordenar y pautar la forma en que brota el torrente de magia que fluye de su alma, así que no pienso permitir que estudie Lengua;

... y así podríamos continuar ad infinitum.

Yo acuso a aquellos que claman por la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio.

Yo acuso a todos aquellos que se resisten a la común educación en los valores de igualdad, libertad y justicia.

Y, sobre todo, YO ACUSO A ESA MALDITA INSTITUCIÓN, QUE DEBERÍA HABERSE EXTINGUIDO HACE MÁS DE 200 AÑOS, Y TIENE LA DESFACHATEZ MOVILIZAR A SUS ACÓLITOS EN DEFENSA DEL MONOPOLIO DE LA MORAL.

Pertenecemos a una tradición ética moderna que nos enseña que todos somos iguales en derechos y deberes, libres y responsables de nuestras acciones y merecedores de una vida digna. Y también pertenecemos a una tradición ética contemporánea por la que debemos sospechar de todo dogma, reírnos del principio de autoridad y creer en el amor y la solidaridad. NADIE DEBERÍA SER PRIVADO DE ESTOS NECESARIOS VALORES, pues nos son comunes por encima de todo credo y confesionalidad.

Y se me ocurren otros argumentos más exaltados y controvertidos todavía, pero como estamos en terreno del Gran Hermano, no voy a traerle problemas a nuestro anfitrión poniéndome políticamente incorrecto.

En fin...

Anónimo dijo...

Hace un año, en una boda a la que asistí en una ciudad española, tuve el privilegio de hacerme con un número del fanzine parroquial en el que, previsoramente, se informaba de lo que es la objeción de conciencia, no vaya a ser que se confunda esta tan iluminada e inspirada -que no muy razonada, supongo- objeción con aquella otra de hace años de la que, sin informarse mucho, no vaya a ser, el verdadero padre de familia rancio debía abominar. Que hay que informarse, y donde mejor que en la hojita parroquial...

Aparte de esto, me imagino que este momento de iluminación -que no lucidez, no confundamos, como decía- les habrá valido a estos jueces un lugar en el Cielo. O a lo mejor no.