Les recuerdo (como me recuerdan ustedes) que me había comprometido a hacer las cosas con constancia, pero el infierno está pavimentado de buenas intenciones y la abulia es el peor de mis pecados capitales; en todo caso, el compromiso sigue en pie, y una vez estabilizadas las cosas y regresado a la habitual rutina, intentaré seguir haciendo de Ruina Imponente una soberbia manera de perder el tiempo.
Sí, amigos, he estado en Italia por primera vez en mi vida éste fin de semana, y, como soy un pésimo escritor de viajes (prefiero la anécdota puntual a la crónica cronometrada) prefiero dedicarme a los temas favoritos de éste su corresponsal: política, infraestructuras y comida.
Como todo español medio se ve sometido que desde su tierna infancia a grandes dosis de italianismo, sea real o sea tópico, desde Dante hasta Eros Ramazzotti pasando por Bud Spencer, me esperaba del país transalpino un alegre y divertido caos complementado por los dos grandes amores paralelos: a la política y a la comida.
En pocos lugares del mundo, y creo que en ningún otro de la Unión Europea, es la política un fenómeno tan ruidoso, activo y delirante como en Italia. Éste fin de semana, por ejemplo, se celebraba en Roma el congreso de Alianza Nacional, heredera del Movimiento Social Italiano, a su vez heredero de The Original Fascism®. El presidente de Alianza Nacional es a su vez presidente del Congreso de los Diputados: Gianfranco Fini, un hombre que vendería a su madre por ser presidente del Consejo de Ministros; y decir ésto de un italiano ya es decir mucho. El congreso de Alianza Nacional de éste fin de semana fue el último de su historia: el sábado se votó una moción para disolver el partido e integrarlo en el Partido de la Libertad, la gran casa común de la derecha italiana. En efecto, Fini sigue la estrategia de éxito demostrado para subir en casi cualquier partido político: lámele las botas al Querido Líder para tener una posición desde la cuál echarle a patadas.
En todo caso, Roma estaba empapelada de carteles de casi todos los partidos políticos. Unos de Alianza Nacional celebrando el congreso; otros de un nuevo partido, conspicuamente llamado La Derecha, acusando a Fini de traidor; otros del gran partido de izquierdas, el Partido Democrático, acusando al gobierno de inacción respecto a la crisis; y por último, los del líder de un partido de centro (léase centroderecha) Pier Ferdinando Casini, diciendo literalmente "Basta de peleas." ¡Y ésto aún sin haber empezado la campaña para las europeas!
La política italiana siempre ha sido así: caótica y malhablada hasta lo divertido. Pero últimamente tiene cosas que no hacen gracia alguna.
Primero, por lo que es el socio más bombástico y delirante de la Coalición de Gobierno: la Liga Norte. Una muchachada que rota entre lo normal (el federalismo fiscal) y lo mesiánico (un estado semi-mítico llamado Padania) últimamente se ha mostrado abiertamente racista, por éstas magias de las coaliciones le ha tocado el cargo más peligroso para poner a un racista: el Ministerio del Interior. Imagínense.
Segundo, porque Ratzinger Z ha recuperado una tradición que el Papa Polaco había ignorado, que es la de meter las narices todo lo posible y más en la política italiana. Y yo que creía que la iglesia en España metía las narices. Copón. Así tenemos las peloteras por el divorcio, el aborto, la eutanasia, etcétera, etcétera.
Tercero, porque Berlusconi es el Populista Magno, el Populista de todos los Populistas; dueño (así, directamente) de tres cadenas de televisión y de las principales editoriales, es un canalla gambitero y no tiene ninguna vergüenza en demostrarlo. Argh.
Y cuarto, porque ante los tres jinetes del apocalipsis aquí presentes (racismo, carcatolicismo, populismo) la izquierda italiana no existe. Nada, niente, nulla. Si usted creía que había algo más pedante que un intelectual de izquierdas francés, le presento a un intelectual de izquierdas italiano, aunque posiblemente ya lo sepa (basta con haber visto Caro Diario) Y como pasa con todos los intelectuales pedantes de izquierdas (grupo en el cuál me resigno a pertenecer, pero sin convicción) el populismo exacerbado es desarmante. Primero, porque ataca directamente a un punto fundamental de la ideología de izquierdas: el hecho de que la ciudadanía desea el progreso y el bienestar para sí y para todos. Quizás sí, pero el panem et circenses resulta muy atractivo. Y segundo, la izquierda intelectualizada no se digna, lo que viene a ser, no se atreve y no le apetece atreverse, a bajar a la calle y a utilizar el mismo lenguaje crudo y populista de la derecha neofascista.
Así les va. Así nos va.
Seguiremos informando.
Sí, amigos, he estado en Italia por primera vez en mi vida éste fin de semana, y, como soy un pésimo escritor de viajes (prefiero la anécdota puntual a la crónica cronometrada) prefiero dedicarme a los temas favoritos de éste su corresponsal: política, infraestructuras y comida.
Como todo español medio se ve sometido que desde su tierna infancia a grandes dosis de italianismo, sea real o sea tópico, desde Dante hasta Eros Ramazzotti pasando por Bud Spencer, me esperaba del país transalpino un alegre y divertido caos complementado por los dos grandes amores paralelos: a la política y a la comida.
En pocos lugares del mundo, y creo que en ningún otro de la Unión Europea, es la política un fenómeno tan ruidoso, activo y delirante como en Italia. Éste fin de semana, por ejemplo, se celebraba en Roma el congreso de Alianza Nacional, heredera del Movimiento Social Italiano, a su vez heredero de The Original Fascism®. El presidente de Alianza Nacional es a su vez presidente del Congreso de los Diputados: Gianfranco Fini, un hombre que vendería a su madre por ser presidente del Consejo de Ministros; y decir ésto de un italiano ya es decir mucho. El congreso de Alianza Nacional de éste fin de semana fue el último de su historia: el sábado se votó una moción para disolver el partido e integrarlo en el Partido de la Libertad, la gran casa común de la derecha italiana. En efecto, Fini sigue la estrategia de éxito demostrado para subir en casi cualquier partido político: lámele las botas al Querido Líder para tener una posición desde la cuál echarle a patadas.
En todo caso, Roma estaba empapelada de carteles de casi todos los partidos políticos. Unos de Alianza Nacional celebrando el congreso; otros de un nuevo partido, conspicuamente llamado La Derecha, acusando a Fini de traidor; otros del gran partido de izquierdas, el Partido Democrático, acusando al gobierno de inacción respecto a la crisis; y por último, los del líder de un partido de centro (léase centroderecha) Pier Ferdinando Casini, diciendo literalmente "Basta de peleas." ¡Y ésto aún sin haber empezado la campaña para las europeas!
La política italiana siempre ha sido así: caótica y malhablada hasta lo divertido. Pero últimamente tiene cosas que no hacen gracia alguna.
Primero, por lo que es el socio más bombástico y delirante de la Coalición de Gobierno: la Liga Norte. Una muchachada que rota entre lo normal (el federalismo fiscal) y lo mesiánico (un estado semi-mítico llamado Padania) últimamente se ha mostrado abiertamente racista, por éstas magias de las coaliciones le ha tocado el cargo más peligroso para poner a un racista: el Ministerio del Interior. Imagínense.
Segundo, porque Ratzinger Z ha recuperado una tradición que el Papa Polaco había ignorado, que es la de meter las narices todo lo posible y más en la política italiana. Y yo que creía que la iglesia en España metía las narices. Copón. Así tenemos las peloteras por el divorcio, el aborto, la eutanasia, etcétera, etcétera.
Tercero, porque Berlusconi es el Populista Magno, el Populista de todos los Populistas; dueño (así, directamente) de tres cadenas de televisión y de las principales editoriales, es un canalla gambitero y no tiene ninguna vergüenza en demostrarlo. Argh.
Y cuarto, porque ante los tres jinetes del apocalipsis aquí presentes (racismo, carcatolicismo, populismo) la izquierda italiana no existe. Nada, niente, nulla. Si usted creía que había algo más pedante que un intelectual de izquierdas francés, le presento a un intelectual de izquierdas italiano, aunque posiblemente ya lo sepa (basta con haber visto Caro Diario) Y como pasa con todos los intelectuales pedantes de izquierdas (grupo en el cuál me resigno a pertenecer, pero sin convicción) el populismo exacerbado es desarmante. Primero, porque ataca directamente a un punto fundamental de la ideología de izquierdas: el hecho de que la ciudadanía desea el progreso y el bienestar para sí y para todos. Quizás sí, pero el panem et circenses resulta muy atractivo. Y segundo, la izquierda intelectualizada no se digna, lo que viene a ser, no se atreve y no le apetece atreverse, a bajar a la calle y a utilizar el mismo lenguaje crudo y populista de la derecha neofascista.
Así les va. Así nos va.
Seguiremos informando.
3 comentarios:
Así nos va, así nos irá como sigan las cosas por este camino.
Italia es una auténtica maravilla. No es que domine demasiado el tema político, pero el circo que supone estar en Roma durante unas elecciones es de lo que no hay, y eso lo viví yo en mi primera visita romana.
De todas formas algo sobre lo que un sociólogo podría escribir una tesis es la televisión italiana, que parece haberse quedado entre finales de los 80 y principios de los 90. Casi todo se reduce a tipos de 50 años que quieren tener 20 y tías de 20 espectaculares y semidesnudas.
Adoro ese país.
Oh, sí, la televisión italiana. No es que gastase mi escaso tiempo en tierras transalpinas en ver la tele, pero he visto suficientemente la RAI vía satélite para hacerme una idea.
Una de las noticias de la prensa durante mi estancia era que Mike Buongiorno, un hombre que fue uno de los primeros presentadores de la RAI, allá por la Baja Edad Media, vuelve a presentar un programa de televisión, en prime time, a sus ochenta y cuatro años. Y como bien dice aquí mi amigo, seguro que tiene a una espectacular italiana de veintiséis años (a los italianos no les gustan las mujeres muy jóvenes) a su lado. Evviva.
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