Los muy pícaros de El País ya, en lugar de mandar críticos a los conciertos (salen caros y beben como esponjas) ya sugieren a los lectores que escriban ellos mismos las crónicas. Dado que mi ego no llega al punto de regalar mi (escaso) talento a El País por ver mi nombre en su página web(si PRISA quiere que escriba para ellos, show me the money) prefiero regalárselo a ustedes, que resultan más agradecidos.
En fin, al ajo. A pesar de que anoté en mi agenda que el concierto era a las nueve, a pesar de que los (por otra parte escasos) carteles indicaban que el concierto era a las nueve, por uno de éstos resbalones que tiene mi cerebro (y porque la agenda de Público así lo indicaba) creí que el espectáculo empezaba a las nueve y media. Afortunadamente, como vivo donde Cristo perdió el walkman y tengo ésta mentalidad de garrulo de pueblo, que se sienta en el poyo a ver la procesión la noche anterior, a las nueve menos diez ya me tenían ustedes en la puerta del Price (he de insistirme a mí mismo que la tradición histórica madrileñista lo pronuncia Price, pero por más que lo intento siempre me sale el pedantérrimo Prais). A mi entrada, primera sorpresa: había entradas de pista. Y yo tenía entradas de tribuna. Hombre, como saben estoy algo barrigón y mis articulaciones ya no me sostienen durante mucho tiempo, pero caramba, ya he dicho antes que soy hombre de entrada general, sobre todo cuándo estoy convencido que lo que voy a hacer es sacudirme.
Goran Bregovic, como músico, tiene una doble faceta. Por un lado, están las bandas sonoras para películas como El Tiempo de los Gitanos, que son las circunstancias en las que puede sacar todo su talento como compositor. Éstas bandas sonoras son pausadas, innovadoras y emocionantes, pero creo que, al igual que sus películas, merecen un entorno más íntimo. Máxime cuándo se comparan con la otra faceta de Goran Bregovic, que es (confieso) la que aquí su corresponsal había venido a ver: la charanga eslava del infierno.
Ésta dicotomía se expresa mejor cuándo se relata el principio del espectáculo: entra en escena un cuarteto de cuerdas y empieza a tocar una pieza camerística, dejando al público absorto. De pronto, del fondo de la sala (por entre el público de la pista) suena una trompeta de pistones, y entra la Banda para Bodas y Funerales. En ese momento la persona que estaba en el asiento de al lado mío (a la que, desde aquí, pido mis más sinceras disculpas) supo que iba a pasar una mala noche.
Ciertamente, porque en previsión de mis propios excesos, había comprado una entrada de pasillo. Como sabrán (y si no lo sabían, ahora lo saben) tengo un tremendamente desarrollado sentido del ridículo, que mantengo firmemente hasta que lo pierdo. Y como igualmente saben, cuándo lo pierdo, lo pierdo del todo. Si usted, lector, estuvo en el espectáculo, y se fijó en el público, me identificará fácilmente: era el que se movía como un epiléptico en un asiento de la tribuna baja.
Pequeña decepción: nadie de la banda parecía demasiado borracho o drogado. Pequeño alivio: Goran Bregovic sí que lo estaba, y empezó el concierto en quinta, repartiendo billetes de cien (that's style) por entre los miembros de la banda. Luego se sentó (no se volvería a levantar hasta los bises) y empezó el espectáculo.
Les explico: la Orquesta para Bodas y Funerales está compuesta por: Goran Bregović a la guitarra y al eventual grito de "¡hop!"; Alem Ademović canta (porque lo hace bastante mejor que Goran) y toca el bombo; dos trompetas, un tipo que intercambia el saxofón y el clarinete, dos trompetas, dos trombones (aunque creo recordar sólo uno) y tuba. Luego dos voces búlgaras (para usted eso son dos fornidas señoras con trajes típicos) y seis cantores del coro de la Iglesia Ortodoxa de Belgrado, aparte del cuarteto de cuerdas ya referido.
El concierto fue adelante, variando entre los momentos charanga y los momentos new age. El obvio problema es tranquilizar a tanta gente tras los momentos charanga; en algún caso se tuvo que empezar de nuevo porque la población presente no cerraba la boca. Y, aunque habría alguno que opinase lo contrario, lo que realmente le gustaba al público era la charanga.
Y, personalmente, estoy a la espera de que alguien me diga algo que, musicalmente, sea más divertido que la Banda de Bodas y Funerales de Goran Bregovic. Creo tener mi propia respuesta: el carnaval de Recife, dónde dos millones (sic) de personas salen a la calle a escuchar a bandas de viento metal durante varios días seguidos (al final de la fiesta puedes freír chuletones sobre los trombones). Pero a falta de eso, la energía, el cachondeo, la vitalidad del grupo es algo que, al igual que me pasó la primera vez que fui, me hizo reír a carcajadas durante casi todo el concierto.
Ya a mediados del concierto, la gente empezó a levantarse de sus asientos y ponerse a bailar en los vomitorios (eh, yo no elijo los nombres, lo hicieron los romanos). Yo ya tenía las manos y brazos destrozados de aplaudir y seguir el ritmo a bofetadas en los muslos (han pasado doce horas y todavía me duelen los brazos) y, al ver aquello, fui tomando valor poco a poco hasta que, cuándo empezó a sonar Mesecina, me puse en pie y salí al pasillo a bailar, o a como quiera que se llame eso que hago.
Tras Mesecina todo el mundo se retiró: empezaban los bises. Tras un pequeño interludio con silbatos (no pregunten) Goran y su compañero del bombo volvieron a escena para interpretar una canción tradicional de los partisanos, con participación del público (ar-ti-lje-ri-ja). Y empezó la fiesta, que, como no, culminó en el fantástico (casi) gran finale: la apisonante Kalashnikov. Imagínense, yo que me la sé (el hecho de que está en serbocroata es indiferente para mí) , la forma en la que me sacudí. Espero que ninguna cámara de las que apuntaban al escenario tuviese la mala idea de apuntarme a mí, porque si fue así, ya estoy viendo miles de vídeos en YouTube con el título "fat crazy guy" al son de miles de tonadas distintas.
En fin, señora, lo que nos hemos reído.
Seguiremos informando.
En fin, al ajo. A pesar de que anoté en mi agenda que el concierto era a las nueve, a pesar de que los (por otra parte escasos) carteles indicaban que el concierto era a las nueve, por uno de éstos resbalones que tiene mi cerebro (y porque la agenda de Público así lo indicaba) creí que el espectáculo empezaba a las nueve y media. Afortunadamente, como vivo donde Cristo perdió el walkman y tengo ésta mentalidad de garrulo de pueblo, que se sienta en el poyo a ver la procesión la noche anterior, a las nueve menos diez ya me tenían ustedes en la puerta del Price (he de insistirme a mí mismo que la tradición histórica madrileñista lo pronuncia Price, pero por más que lo intento siempre me sale el pedantérrimo Prais). A mi entrada, primera sorpresa: había entradas de pista. Y yo tenía entradas de tribuna. Hombre, como saben estoy algo barrigón y mis articulaciones ya no me sostienen durante mucho tiempo, pero caramba, ya he dicho antes que soy hombre de entrada general, sobre todo cuándo estoy convencido que lo que voy a hacer es sacudirme.
Goran Bregovic, como músico, tiene una doble faceta. Por un lado, están las bandas sonoras para películas como El Tiempo de los Gitanos, que son las circunstancias en las que puede sacar todo su talento como compositor. Éstas bandas sonoras son pausadas, innovadoras y emocionantes, pero creo que, al igual que sus películas, merecen un entorno más íntimo. Máxime cuándo se comparan con la otra faceta de Goran Bregovic, que es (confieso) la que aquí su corresponsal había venido a ver: la charanga eslava del infierno.
Ésta dicotomía se expresa mejor cuándo se relata el principio del espectáculo: entra en escena un cuarteto de cuerdas y empieza a tocar una pieza camerística, dejando al público absorto. De pronto, del fondo de la sala (por entre el público de la pista) suena una trompeta de pistones, y entra la Banda para Bodas y Funerales. En ese momento la persona que estaba en el asiento de al lado mío (a la que, desde aquí, pido mis más sinceras disculpas) supo que iba a pasar una mala noche.
Ciertamente, porque en previsión de mis propios excesos, había comprado una entrada de pasillo. Como sabrán (y si no lo sabían, ahora lo saben) tengo un tremendamente desarrollado sentido del ridículo, que mantengo firmemente hasta que lo pierdo. Y como igualmente saben, cuándo lo pierdo, lo pierdo del todo. Si usted, lector, estuvo en el espectáculo, y se fijó en el público, me identificará fácilmente: era el que se movía como un epiléptico en un asiento de la tribuna baja.
Pequeña decepción: nadie de la banda parecía demasiado borracho o drogado. Pequeño alivio: Goran Bregovic sí que lo estaba, y empezó el concierto en quinta, repartiendo billetes de cien (that's style) por entre los miembros de la banda. Luego se sentó (no se volvería a levantar hasta los bises) y empezó el espectáculo.
Les explico: la Orquesta para Bodas y Funerales está compuesta por: Goran Bregović a la guitarra y al eventual grito de "¡hop!"; Alem Ademović canta (porque lo hace bastante mejor que Goran) y toca el bombo; dos trompetas, un tipo que intercambia el saxofón y el clarinete, dos trompetas, dos trombones (aunque creo recordar sólo uno) y tuba. Luego dos voces búlgaras (para usted eso son dos fornidas señoras con trajes típicos) y seis cantores del coro de la Iglesia Ortodoxa de Belgrado, aparte del cuarteto de cuerdas ya referido.
El concierto fue adelante, variando entre los momentos charanga y los momentos new age. El obvio problema es tranquilizar a tanta gente tras los momentos charanga; en algún caso se tuvo que empezar de nuevo porque la población presente no cerraba la boca. Y, aunque habría alguno que opinase lo contrario, lo que realmente le gustaba al público era la charanga.
Y, personalmente, estoy a la espera de que alguien me diga algo que, musicalmente, sea más divertido que la Banda de Bodas y Funerales de Goran Bregovic. Creo tener mi propia respuesta: el carnaval de Recife, dónde dos millones (sic) de personas salen a la calle a escuchar a bandas de viento metal durante varios días seguidos (al final de la fiesta puedes freír chuletones sobre los trombones). Pero a falta de eso, la energía, el cachondeo, la vitalidad del grupo es algo que, al igual que me pasó la primera vez que fui, me hizo reír a carcajadas durante casi todo el concierto.
Ya a mediados del concierto, la gente empezó a levantarse de sus asientos y ponerse a bailar en los vomitorios (eh, yo no elijo los nombres, lo hicieron los romanos). Yo ya tenía las manos y brazos destrozados de aplaudir y seguir el ritmo a bofetadas en los muslos (han pasado doce horas y todavía me duelen los brazos) y, al ver aquello, fui tomando valor poco a poco hasta que, cuándo empezó a sonar Mesecina, me puse en pie y salí al pasillo a bailar, o a como quiera que se llame eso que hago.
Tras Mesecina todo el mundo se retiró: empezaban los bises. Tras un pequeño interludio con silbatos (no pregunten) Goran y su compañero del bombo volvieron a escena para interpretar una canción tradicional de los partisanos, con participación del público (ar-ti-lje-ri-ja). Y empezó la fiesta, que, como no, culminó en el fantástico (casi) gran finale: la apisonante Kalashnikov. Imagínense, yo que me la sé (el hecho de que está en serbocroata es indiferente para mí) , la forma en la que me sacudí. Espero que ninguna cámara de las que apuntaban al escenario tuviese la mala idea de apuntarme a mí, porque si fue así, ya estoy viendo miles de vídeos en YouTube con el título "fat crazy guy" al son de miles de tonadas distintas.
En fin, señora, lo que nos hemos reído.
Seguiremos informando.
1 comentario:
Buenos días,
Lo primero decirte que estoy encantada de que tu "escaso talento ", que no es tal,nos lo regales a los que leemos este blog ( he de reconocer que hoy ha sido mi primera incursión en él, eso sí, aviso, no la última).
Segundo comentarte que yo también estuve en el concierto y que lo disfruté bailando al ritmo de la charanga.
A lo que no haces mención es que el concierto duró tres horas lo cual, últimamente no se estila entre los grandes grupos que apenas tocan una hora y la veradad esto es de agradecer al Señor Bregovic y a su maravillosa banda.
Un saludo.
Publicar un comentario